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Envejecimiento de la sociedad chilena: Deudas y desafíos con los Adultos Mayores

Por J. Francisco Vásquez Leyton, periodista

Actualmente en Chile existen cerca de un millón y medio de adultos mayores, una cifra importante para un país que suma un poco más de 17 millones de personas. La relevancia radica no sólo por su número actual, sino que también porque la sociedad nacional continuará con su tendencia a envejecer en las próximas décadas.

Este paulatino aumento de la población senior se debe, entre otras causas, a los esfuerzos para la disminución de la mortalidad infantil, con la reducción de epidemias y enfermedades, lo que ha conllevado también a un aumento de la expectativa de vida, que hoy se acerca a los 80 años.

Si a principios del siglo XX el fomento de la natalidad requirió de una política pública para lograr este objetivo, la transformación del mapa demográfico nacional ha dejado en evidencia la deuda del Estado chileno con la población con más años de existencia; deuda que traduce en la carencia de una legislación adecuada para una vida digna de la tercera edad y también falta de educación de la propia sociedad que no le brinda el respeto adecuado.

Frente a esto cabe preguntarse ¿en nuestro país hay una infraestructura adecuada para asegurar una buena calidad de vida de nuestros adultos mayores? La respuesta es negativa, no existen suficientes plazas ni parques para que los ancianos puedan salir a recrearse, las disponibles no tienen elementos para que ellos puedan descansar o apoyarse mientras se desplazan. Además algunas esquinas no poseen ramplas para que puedan subir o bajar sin el riesgo de caerse y provocar un  accidente, que como sabemos a esa altura de la vida puede tener como consecuencia una fractura, que puede llegar a ser mortal.

En el 2007 la Organización Mundial de la Salud lanzó el concepto de “Ciudad Amigable”, la idea es crear un entorno que invite a población senior a disfrutar de espacios, para que puedan integrarse e interactuar con sus pares y con los demás grupos sociales.

Las medidas pueden ir desde simple cambios urbanos. Por ejemplo en Nueva York decidieron extender las luces verdes de los semáforos, de modo que los ancianos alcancen a cruzar las calles a su ritmo más pausado. En Barcelona están desarrollando un plan de intervención de los espacios públicos para elevar su calidad de vida. Ejemplos que también se han replicado en otras 30 urbes del mundo.

Chile aún no hace un ingreso oficial a esta iniciativa, pero sí hay avances: existen universidades para la tercera edad, las municipalidades han abiertos centros para atender a sus necesidades y requerimientos. También el programa “Vacaciones para la tercera edad”, del Servicio Nacional de Turismo,  se puede incluir en estos pequeños adelantos.

De igual modo, en materia legislativa se vislumbran nuevos beneficios, hace pocos días el Presidente Sebastián Piñera promulgó la ley del denominado “Bono de Bodas de Oro”, un reconocimiento a aquellos matrimonios que cumplen 50 años o más de vida conyugal. Al celebrar su dorado aniversario recibirán una ayuda de 250 mil pesos.  En la misma ceremonia el mandatario hizo alusión a que prontamente anunciará la esperada eliminación del siete por ciento de salud para los jubilados. Cabe recordar que en Chile, gracias al Plan Auge, los mayores de 65 años tienen derecho a atención gratuita en el sistema público, razón por lo cual, no se justifica que deban seguir cotizando una vez superada dicha edad.

Si nos detenemos en área sanitaria, aquí encontramos otra deuda: la falta de geriatras, que son especialistas en las enfermedades propias de la tercera edad. En el país no son más 20 los médicos que están dedicados a esta área de la medicina y la mayoría de ellos están en el sistema privado, por lo que, son pocos los pacientes que tienen acceso a sus atenciones.  En este punto lo que se necesita es que el Estado fomente la formación de los médicos, con becas y mayores incentivos, para que una vez especializados se queden trabajando en los centros de la red pública y no se vayan a las clínicas.

En definitiva la gran deuda es la falta de una política pública que se fije claramente el objetivo de fomentar un envejecimiento activo, eso conllevará a suplir varias de las necesidades que hoy tiene la tercera edad. Pero también son los propios adultos mayores quienes deben dar vuelta la mirada para empoderarse de los espacios y programas que se están diseñando para ellos, así éstos pueden ir en línea con sus demandas y no ser visto sólo como un acto de caridad con los ancianos.

Esta nueva óptica puede partir dentro de las propias familias. Hoy  donde ambos padres trabajan, los abuelos pueden cumplir un rol significativo en la crianza de los nietos, lo que, por un lado, contribuye a mantener firmes los lazos sanguíneos y por otro contribuye a que los ancianos se mantengan activos desembocando su experiencia en el cuidado  de las nuevas generaciones.

Sin duda, cada uno de los planes que se creen para la tercera edad resultan altamente significativos, sobre todo si consideramos los datos de la encuesta CASEN 2009, donde se reveló que nuestro país presenta la segunda tasa de envejecimiento de América Latina detrás de Uruguay. Actualmente hay 68,4 adultos mayores por cada 100 niños, lo que hace más relevante que la sociedad y también el Estado comiencen a saldar lo pendiente y asumir los desafíos que implican los cada vez más abundantes ciudadanos senior, que merecen una vida saludable, tranquila y con espacios adecuados para continuar su desarrollo y donde puedan plasmar su legado.

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